miércoles, 25 de abril de 2012

Turismo y la pesadilla electoral

Entre las brumas y trapisondas de la campaña el PRD, el PLD y Max Puig han producido, en sus respectivos programas de gobierno, propuestas formales sobre el turismo.  Por Juan Llado
 En el último año la nación ha vivido un laborantismo electoral que nos ha abotargado hasta el hartazgo. Hoy día el debate se centra en el sórdido expediente de la corrupción y afloran supuestas amenazas de muerte. Pero entre las brumas y trapisondas de la campaña el PRD, el PLD y Max Puig han producido, en sus respectivos
programas de gobierno, propuestas formales sobre el turismo. Conviene evaluarlas para otear su posible impacto y, de paso, proponer una forma más efectiva de hacer esta importante tarea electoral.
El denominador común de las propuestas es que son epónimos antifonales. Estas no estipulan como las intervenciones se vincularían con las prioridades sectoriales de mejoramiento en la calidad, sustentabilidad y diversificación del producto. Tampoco en ninguna se ofrece una visión inteligible de dónde está el sector y hacia dónde debe ir en función de los desafíos de la competencia. El apotegma técnico de Max Puig es el que más acierta, pero el conjunto de todas las propuestas es una sarta de vacíos enunciados que no se distinguen por su clarividencia.
Para apoquinar con justicia hay que admitir que todas tienen la virtud de señalar las áreas correctas de intervención. Todas abjuran de los esperpentos del sector y prometen darle atención a los "polos turísticos" y hacerlos sustentables encaminando su ordenamiento y desarrabalizacion. Todas prometen desarrollar los servicios básicos de infraestructura, mayor seguridad, hacer más promoción en el exterior, promover las mipymes y formar adecuadamente los recursos humanos. Pero ninguna dice lo álgido: cómo, cuándo y con qué.
La propuesta del PLD sobresale por su ciclópea meta de lograr que diez millones de turistas nos estén visitando dentro de diez años. El planteamiento ha trascendido por asignarle al turismo el rol de "locomotora de desarrollo", reconociendo el potencial que tiene la actividad para impulsar el desarrollo nacional. (Aunque no aparece en el programa, también el candidato ha notificado su intención de buscar un "acuerdo nacional" con los demás partidos para apoyar esta meta.) Pocos han criticado la noble intención, pero algunos han cuestionado la factibilidad de la propuesta.
Si bien lograr esa tripuda meta es poco probable, su planteamiento es talvez el punto más luminoso de todas las propuestas. Por primera vez la clase política del país coloca al turismo en el epicentro del desarrollo económico nacional, haciendo atinado eco de las recomendaciones de los organismos internacionales sobre las posibilidades de ese sector. Aunque no se ha debatido lo suficiente, esto ha sido la mejor y más importante contribución al debate electoral.
No es que el PRD y Max Puig no le reconozcan al turismo un gran potencial. Pero la propuesta del PRD es más modesta al solo hacer del desarrollo turístico una "prioridad nacional" y añadir 5,000 habitaciones al inventario actual en un tiempo no especificado. Al no delinearse un conjunto de prioridades en el Programa de Gobierno no se puede inferir las consecuencias relativas de este posicionamiento. La impresión residual es que el rol asignado al sector dista mucho del propuesto por el PLD y por el Modelo de Turismo Sostenible de Max Puig.
Por otro lado, el PRD denuncia "la falta de control del crimen, el abandono medioambiental, la pesada burocracia, el soborno, la escasa publicidad, el bajo presupuesto al Ministerio de Turismo y el despilfarro del mismo por la corrupción imperante". Tal diagnóstico representa la primera vez que se hace una fuerte denuncia de corrupción administrativa del sector público del turismo. Pero esto se despacha con el simple enunciado de un "fortalecimiento y desarrollo institucional, eliminando de cuajo la corrupción y el soborno".
Sorprende, en el esquema del PLD, que se proponga "una política agresiva de promoción del turismo" y una "estrategia agresiva de promoción". Haciéndose eco de una flatulencia sectorial producto de épocas pasadas, se proyecta la errada y enfistolada creencia de que la promoción oficial es lo decisivo para el desarrollo. Lo deseable hubiese sido que eso se subordinara a la más imperiosa tarea local de mejorar sustancialmente el producto turístico.
La propuesta de Max Puig, por su lado, tiene la virtud de cumplir mejor con algunos requisitos técnicos. Mientras el PRD y el PLD ignoraron en sus propuestas que la Estrategia Nacional de Desarrollo exige la elaboración de planes sectoriales, Puig receta un "Plan Decenal Estratégico de Desarrollo Turístico". También un "Plan Nacional de Ordenamiento Territorial" y la exigencia a los hoteles de planes de "Manejo y Adecuación Ambiental de Residuos Líquidos y Sólidos" en cumplimiento de la Ley 64-00 de Medio Ambiente.
Los bisoños analistas que produjeron las prescripciones reseñadas tuvieron algunas luces. Todos favorecen el desarrollo del turismo ecológico y comunitario y el apoyo a los clusters. El PRD propone georeferenciar los polos turísticos y crear un "sistema de información territorial", además de un "proyecto de aguas y saneamiento" de los polos. El PLD propone combatir la explotación sexual de niños, niñas y adoslescentes y "empoderar a la ciudadania" mediante campañas de educación turística. Puig, por su lado, propone "que un 20% de los ingresos fiscales del país generados por el turismo deberán ser invertidos en las comunidades donde este turismo se desarrolla."
Al final, los "programas" de los partidos despiertan la aspiración de que algún día se tomen en serio. Sería conveniente que en el futuro los partidos contrataran expertos sectoriales que produjeran un borrador de discusión de alta calidad técnica. Así los partidos exigirían a los que elaboren sus propuestas que estudien los experticios y lo discutan ampliamente antes de sacar conclusiones. El electorado estaría mejor servido si sobre la base de los experticios se dieran debates sectoriales, preferiblemente por TV, entre los diferentes equipos partidarios.
Como están, los programas de gobierno contribuyen a la pesadilla electoral y no deben seguir siendo mamotretos para llenar apariencias. Al ser la expresión formal de las propuestas de los candidatos es deseable que se conviertan en el centro del debate electoral. La propuesta ley de partidos políticos debe, por tanto, incorporar exigencias para que juegen un rol determinante durante la campaña y que no continúen siendo "papel de inodoro" para los incautos. Solo así se estaría sirviendo genuinamente al ciudadano y a los virtuosos requisitos de la democracia.

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